«Si no marcas tu espacio, lo toman»
- abril 30, 2025
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Cúcuta, una ciudad marcada por el tránsito y los contrastes, ha emergido como un refugio para miles de migrantes venezolanos que buscan una nueva oportunidad en medio de
Cúcuta, una ciudad marcada por el tránsito y los contrastes, ha emergido como un refugio para miles de migrantes venezolanos que buscan una nueva oportunidad en medio de
Cúcuta, una ciudad marcada por el tránsito y los contrastes, ha emergido como un refugio para miles de migrantes venezolanos que buscan una nueva oportunidad en medio de la incertidumbre. Es en una de las esquinas de la Plaza de Banderas, ubicada muy cerca del estadio general de Santander, donde Elena Mendoza se dedica a mezclar una masa de maíz, habilidad que ha transformado en un sustento durante años. Este acto cotidiano es más que un simple trabajo; representa su lucha y tenacidad para salir adelante.
El contactarse con ingredientes básicos y transformarlos en platos únicos es un arte para Elena. El sonido de la mezcla gruesa y dorada cayendo en sartén caliente llena el aire con un aroma dulce y familiar. «Las mandocas provienen de mi tierra», afirma con orgullo, mientras con destreza modela la masa. Este es su espacio de trabajo, pero también es su refugio, un lugar donde puede escuchar, observar, y resguardarse de la violencia y la xenofobia que a menudo tratan de opacar su existencia.
Su historia no comienza en Cúcuta, sino en la lejana Agua Santa, en el estado Trujillo de Venezuela, y posteriormente en Cabudare, Lara. Allí fue estilista y manicurista, dueña de su propia empresa con un clientela leal. La vida le había ofrecido estabilidad, al menos hasta que la violencia y la persecución política la obligaron a huir. «Fui secuestrada y viví momentos de violencia sexual en mi propio negocio. Tuve que decidir entre sobrevivir o quedarme», recuerda con una voz temblorosa, que, sin embargo, refleja la fortaleza que ha adquirido a lo largo de su viaje.
El cruce de la frontera fue un proceso lleno de dolor al dejar atrás su hogar, sus historias y muchos seres queridos. Una vez en Cúcuta, la promesa de un futuro mejor pronto se desvaneció como un espejismo. «Me dijeron que podría trabajar, que ganaría en pesos y que mi vida mejoraría, pero la realidad era otra. Mis herramientas de trabajo, con las que podría seguir mi profesión, se habían perdido», lamenta.
Con el tiempo, Elena se dio cuenta de que tenía que reinventarse para sobrevivir. Decidió vender café en las calles. «Al principio, me sentía avergonzada, pero aprendí que la dignidad no está en lo que vendas, sino en cómo enfrentas la vida», comparte.
El comercio informal en Cúcuta es un entorno hostil y competitivo, donde los más vulnerables son absorbidos por la presión y las demandas del entorno. Los vendedores ambulantes no solo tienen que competir entre sí, sino también enfrentarse a la coerción y al temor de ser perseguidos por las autoridades. «Si quieres vender en ciertos lugares, tienes que pagar. Y si no pagas, te quitan tu espacio», explica Elena, quien se ve obligada a trabajar largas horas, sacrificando su salud y tiempo con su familia. «Salgo temprano y no tengo un horario definido hasta que consiga lo suficiente», confiesa.
La violencia también es una constante en su día a día. «He aprendido a leer el ambiente. Si la calle está demasiado vacía, empiezo a sospechar», dice, refiriéndose a los peligros que acechan en cada esquina. Desde peleas por territorios, hasta situaciones de agresión, Elena ha visto mucho. «No hay protección aquí. Si no afianzas tu espacio, te lo quitan», declara, mientras acaricia un objeto que un amigo le dio para protegerse, complementado por un cuchillo para defensa.
Ser mujer y migrante en un ambiente tan hostil representa un desafío constante. Elena enfrenta comentarios lascivos, propuestas indecentes y el peligro constante de la trata de personas. «Siempre hay un hombre que te insinúa cosas», dice. Para muchas, la calle se convierte en una trampa mortal. «Conozco a mujeres que terminan en prostitución porque no tienen otra opción. Y he visto a otras involucrarse en el tráfico de drogas porque era su única manera de sobrevivir», confiesa.
Elena podría haberse dejado llevar por este camino, pero decidió resistir. Sin embargo, la violencia ha tenido consecuencias devastadoras en su vida. Hace unos años, perdió a dos amigos cercanos de la comunidad LGTBIQ+ quienes fueron seducidos por el microtráfico. «Les advertí sobre los peligros, pero temían más a la violencia que a caer en esa trampa. Eventualmente, su situación se tornó tan grave que tuvimos que separarnos», rememora con pesar. Desde entonces, ha comprendido que sobrevivir en la calle es un desafío insuperable, y que la vulnerabilidad no es una opción. «No hay espacio para la debilidad aquí. Si bajas la guardia, te aplastan», expresa.
En medio de esta lucha diaria, Elena encontró un motivo aún más importante para seguir adelante: su hijo de tres años. «Él es mi razón, todo lo que hago es por él», dice con una sonrisa que ilumina su rostro cansado. Sin embargo, ser madre soltera en su situación es extremadamente complicado. «Un día, me lo quitaron por tres días porque alguien dijo que lo tenía en la calle. Fue el peor dolor de mi vida», relata con nostalgia. Desde entonces, paga a una persona de confianza para cuidar de su hijo mientras trabaja. «No volveré a permitir que me lo quiten», afirma con determinación.
A pesar de los obstáculos, Elena sigue adelante. «No puedo rendirme. Si lo hago, ¿quién cuidará de mi hijo?», se cuestiona. La lucha diaria, las largas horas de trabajo y la incertidumbre por su futuro no la detienen. «Vine aquí para luchar y lucharé hasta el final», declara con firmeza.
Pero su historia no se limita a la venta de comida. Con el tiempo, Elena comprendió que su voz podía ser amplificada. Comenzó a involucrarse en iniciativas sociales, llegando a formar parte del Consejo Asesor de Mujeres en Cúcuta. «Nosotros, los migrantes, no solo trabajamos más, también enfrentamos la violencia, el abuso y la explotación», sostiene.
En el Consejo, Elena ha aprendido a canalizar su ira y dolor hacia acciones concretas, junto a otras 25 líderes. Ha participado en reuniones con la oficina del alcalde, representando a migrantes y refugiados, y denunciando casos de abuso. «Si no levantamos nuestra voz, todo seguirá igual», afirma.
No obstante, el camino del activismo no es sencillo. Frecuentemente, los problemas que enfrenta en la calle la siguen también en su papel como líder. «No solo en la venta, sino también en el activismo, quieren silenciarte. Algunas veces he recibido amenazas, y en otras me ignoran», comparte.
Desde el 16 de enero, el estadio general Santander se ha convertido en un refugio para cientos de familias que han escapado de la violencia en Catatumbo. Elena observa a estos nuevos migrantes llegar, trayendo consigo el mismo dolor que ella experimentó al huir de su país. «Verlos me recuerda todo lo que viví. Y eso me impulsa a luchar aún más». La violencia en Catatumbo ha obligado a cientos a vivir situaciones similares a las que enfrentan los migrantes venezolanos: sin empleo, sin hogar y sin certezas. «Es la misma historia, solo con un nombre diferente. Ellos han perdido todo, igual que nosotros», dice Elena con empatía.
Danglis Elena Mendoza Piña no es simplemente una vendedora en la calle; es una guerrera, una sobreviviente, madre e incansable luchadora. Representa la voz de aquellos que luchan día a día en las calles de la ciudad, a menudo ignorados, pero fundamentales para su comunidad. «No sé qué me depara el futuro, pero estoy decidida a no rendirme. Vine a este país para luchar, y tengo la intención de seguir haciéndolo hasta el final», manifiesta, mientras observa las fotos de sus dos hijas que viven en el extranjero.
Las notas de una banda comienzan a sonar a lo lejos. El siguiente día se aproxima mientras los barristas ensayan sus canciones. Elena se ligera presurosa para tener todo listo. «No es fácil», menciona con una sonrisa cansada. Sin embargo, a pesar de la adversidad, la determinación en su corazón sigue ardiendo. Cada mandoca que vende, cada mujer a la que representa y cada batalla que libra es un testimonio de su inquebrantable espíritu de lucha.
Andrés Carvajal Suárez
En el momento de Cúcuta